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domingo, septiembre 18, 2005

La Democracia no funciona

Es la tarjeta de visita de occidente, pero su aplicación global está ahora en duda

Martin Jacques
Tuesday June 22, 2004
The Guardian


Aunque parezca increíble, el presidente Bush continúa reiterando su compromiso a la temprana introducción de democracia en Irak. Ciertamente, la idea de reforma democrática en el mundo árabe ha sido fundamental en la posición Anglo-americana respecto a Irak. No debería sorprendernos. La democracia se ha convertido en la tarjeta de visita universal de occidente, el mantra que es repetido a cada país que se queda corto (cuando es políticamente conveniente, claro está), la omnipresente solución a los problemas de los países que no son democráticos.

La ostentación acerca de la democracia es en gran parte un producto del último medio siglo, siguiendo la derrota del fascismo. Antes de eso, una gran parte de Europa permaneció enfangada en la dictadura, a menudo de una clase desagradable y extremadamente brutal. La idea de democracia como una virtud occidental se encarnó durante la guerra fría en la lucha contra el comunismo, aunque su uso permaneció altamente selectivo: aquellas dictaduras que estaban de parte de occidente eran recompensadas felizmente como miembros del "mundo libre"; "libertad" obtuvo predominancia sobre democracia, regímenes tan contrarios a la democracia como el apartheid de Sudáfrica, el Vietnam del Sur de Diem y la España de Franco fueron bienvenidos al redil.

Siguiendo el colapso del comunismo, sin embargo, "mercados libres y democracia" se convirtieron por primera vez - al menos en principio - en la receta universal para todos y cada uno de los países.

La democracia es vista por occidente de un modo ahistórico extraño. Es vista como eterna e inmutable, ni históricamente ni culturalmente específica, pero como una especie de verdad universal. Pero, por supuesto, nada es eterno. El modelo occidental de democracia, como todo, marca una etapa en la historia, que depende de ciertas condiciones para su existencia. Contrario al saber convencional, no debería asumirse que es de aplicación universal, ni que existirá siempre.

Rusia es un ejemplo clásico de doctrina occidental anticuada. Para occidente, la respuesta simple a los males de Rusia tras el colapso del comunismo fue una combinación de libre mercado y democracia. El libre mercado no se produjo nunca; peor aún, el intento de fabricarlo bajo Yeltsin produjo, con la bendición occidental, el robo de los recursos naturales más valiosos de Rusia por los compinches de sus líderes. El país está pagando un precio terrible por seguir el consejo occidental. Mientras tanto, la democracia ha sido moldeada y restringida por el poder personal de Putin, un recuerdo del largo pasado despótico del país. ¿Las lecciones? La historia y la cultura dejan una huela indeleble en la naturaleza de cualquier democracia; y de forma parecida en el mercado.

Occidente, en su entusiasmo por la democracia, sufre de una amnesia histórica. Gran Bretaña ha disfrutado del sufragio universal sólo desde hace apenas 80 años, para entonces ya estaba altamente industrializada. Para muchos países occidentales fue incluso posterior. La gran mayoría de los países que han experimentado un despegue económico, incluyendo Gran Bretaña, lo han hecho bajo formas de gobierno autoritario. Los más recientes ejemplos con éxito de despegue económico, en Asia oriental, se han conseguido de forma parecida bajo el autoritarismo: la legitimidad de estos países ha dependido del crecimiento económico más que de la urna electoral.

La democracia, sugiere la experiencia histórica, no se ajusta tan bien a la consecución de las condiciones necesarias para el despegue económico. Dado que la democracia es ahora la receta occidental universal para los países en vías de desarrollo, esto parece bastante irónico. No significa por supuesto, que el gobierno autoritario sea necesariamente bueno para conseguir el despegue: el modelo Latinoamericano ha demostrado ser extremadamente pobre, mientras que el de Asia oriental ha sido muy efectivo. Ni tampoco significa que la democracia no pueda conseguir despegue económico: India es un claro ejemplo. Claramente, sin embargo, la democracia no es una fórmula universal para el éxito económico, independientemente del estado de desarrollo de una sociedad.

Occidente es el hogar tradicional de la democracia. El hecho de que los países occidentales comparten diversas características innombrables, sin embargo, es a menudo ignorado. Ellos fueron los primeros en industrializarse. Colonizaron la mayoría del mundo, negando invariablemente a sus colonias la democracia. Eran étnicamente, mayoritariamente homogéneos. Los países en vías de desarrollo, en su mayoría, se han enfrentado a circunstancias opuestas: despegue en el contexto de un occidente dominante económicamente; ausencia, en el contexto de un gobierno colonial, de terreno democrático indígena; y una diversidad étnica mucho mayor.

Occidente ignora completamente las profundas dificultades que presenta la diversidad étnica. Como señala Amy Chua en el Mundo en Llamas, la democracia está muy lejos de ser una condición suficiente para un gobierno benigno en la clase de sociedades multirraciales comunes en África y Asia. La democracia, la política de la mayoría, permite al grupo étnico mayoritario gobernar sin restricción. Sociedades multi-étnicas, como Malasia o Nigeria, necesitan, para su estabilidad, de un consenso racial: una democracia que se asiente en mayorías y minorías es sorda al problema.

Más aún, la democracia funciona de forma muy diferente en diferentes culturas. En Japón, los demócratas liberales han formado todos los gobiernos, excepto por una breve interrupción, desde que la democracia se estableció hace más de 50 años. Los argumentos políticos que cuentan tienen lugar entre facciones no elegidas del partido gobernante en vez de entre partidos electos. El modelo japonés de democracia - o el coreano o el taiwanés - puede tener las mismas trampas que la democracia occidental, pero las similitudes terminan ahí en gran medida.

Si es erróneo considerar la democracia occidental como una abstracción que es igualmente aplicable a lo través del mundo, es también erróneo verlo como algo inmóvil y fijo. Verdaderamente, hay terreno para creer que la democracia occidental, tal como la conocemos, está en declive. Los síntomas han sido bien ensayados: el declive de los partidos, la caída en la participación, una creciente desconfianza en los políticos, el desplazamiento de los políticos del centro de la escena. Estas tendencias se han venido observando en casi todas partes durante los últimos 15 años.

Las razones que subyacen son incluso más desconcertantes que los síntomas.
El surgimiento del sufragio masivo y la política de partidos moderna coincidió con el ascenso del movimiento de los trabajadores, que condujo a la extensión del voto y obligó a los partidos políticos a comprometerse en la movilización popular. El ascenso del movimiento de los trabajadores, además, proporcionó a las sociedades opciones reales: en lugar de la lógica del mercado, ofreció una filosofía diferente y una clase diferente de sociedad. El declive de los partidos tradicionales social-demócratas, ilustrado por el Nuevo Laborismo, ha significado la erosión en la elección, al menos en el profundo sentido del término. El resultado es que votar se ha convertido en menos importante. La política se ha movido en un terreno único: el del mercado.

La influencia del mercado se manifiesta de formas múltiples. La financiación de los partidos se mueve ahora sólo a su ritmo: los grandes negocios y los ricos son tan importantes para el Nuevo Laborismo como lo son para los Conservadores. Los mismos intereses financian, y por tanto influencian, a los partidos. El capital lleva la partitura. En ningún lugar es esto tan cierto que en la política americana, que se ha convertido en una plutocracia mediada por la democracia, en vez de lo opuesto. A medida que los medios de comunicación han desplazado formas tradicionales de discurso y movilización, la propiedad de los medios se ha hecho crecientemente más importante en la determinación de las elecciones políticas y los resultados electorales. El ejemplo más peligroso es Italia, donde la propiedad de Silvio Berlusconi del grueso de los medios de comunicación privados le ha permitido transformar la democracia italiana en algo al borde de la mediocracia, dejando la política y el estado asediados por su inmenso poder y riqueza personales.

Quizás estos hechos apuntan a un problema incipiente más profundo en las democracias occidentales. Lejos del libre mercado y la democracia disfrutando de la clase de relación armoniosa alabada por la propaganda occidental, la democracia creció de hecho como un control restrictivo del mercado, aparcándolo y permitiendo un pluralismo de valores e imperativos. ¿Qué sucede cuando esta tensión saludable se convierte en un peligroso desequilibrio en el que el mercado es dominante y el consumismo se establece como la ética dominante en la sociedad, impregnando la política del mismo modo en que ha invadido cualquier otro resquicio de la sociedad? La democracia se encuentra asediada. En Italia ya está luchando por respirar. En Estados Unidos es profunda y crecientemente defectuosa. La democracia no es ni un tópico ni una verdad eterna - ni para el mundo ni para Occidente.

•: Martin Jacques es un profesor visitante en el Centro de Investigación de Asia del London School of Economics (Escuela de Economía de Londres)